Me senté en su cama, como hacía de costumbre. Él sabía que había venido para algo; me conocía demasiado bien, sabía exactamente cuándo estaba nerviosa, cuando estaba tensa, o cuando simplemente, le había estado echando de menos. Y con todas las veces que ya había acertado con mi estado de ánimo, ésta no iba a ser la excepción.
Apenas le di tiempo para preguntarme, yo ya había sacado mi moneda de 25 centavos. Su brillo especial me ayudaba a mantenerlo atento a ella... y comencé. Sentía que se adormecía, que su subconsciente se apoderaba de su ser, estaba fuera de sí. Estaba como ya había conseguido con otra personas antes que él; totalmente hipnotizado.
Siempre me pareció fascinante la forma en que la hipnosis puede dejar a alguien tan vulnerable y desprotegido de sus mayores secretos. Esa serie de palabras, dichas con el tono correcto, burla tu mente que se encuentra como libro entre manos de un lector ávido de confidencias. Tú sin velo, tú sin coraza, tú completamente, enteramente, íntegramente entregado a mí.
No era más que una bomba de secretos enfrente de mí, y por ser él, me asusté. Quizás no debía hacer lo que estaba a punto de hacer. Pensé en todas las mentiras que podría descubrir ahora mismo desde hacía años, por muy poco ético que fuera el medio en que lo conseguiría. ¿Iba a sentirme luego mejor? ¿Era mejor saber la verdad o vivir con la ilusión?
0 comentarios:
Publicar un comentario